miércoles, agosto 12

puntos

De pequeño, adoraba unir puntos,
ya sabes, esas laminitas fotocopiadas que nos daba la profe
en el cole con un enunciado tan prometedor como:
¿que animal se esconde tras los puntos?
y una casillita para poner el nombre.
Cada punto tenía un número e ibas conectándolos uno tras otro.

Unir puntos...
a veces es tan sencillo como levantar el pie y dar el siguiente paso,
a veces, simplemente saltas de un punto a otro al azar,
echas la mirada atrás, entornas los ojos, y ves un patrón.

Es posible que no sea muy puntual,
es posible que mi puntuación no sea la mejor,
incluso es posible que puntualice desordenadamente,
pero cada punto, cada marca en el papel,
la recuerdo...

y también recuerdo cada milímetro de línea, cada minúsculo trazo
previo a ese singular, único y especial garabato.
A veces, es un punto enérgico, otras, un punto rápido,
incluso a veces, es un punto imaginario,
un punto, al que estaba seguro que algún día llevaría una bella línea...
en ocasiones es un punto en solitario,
muchas de ellas es un bello punto en común.

Quiero creer que cierto día,
cuando me encuentre en un grueso y estable punto,
podré ojear cada línea, cada punto hasta el momento,
y que el patrón que vea, me enorgullecerá,
porque habré trazado bellas formas, patrones imposibles,
y en las intersecciones de ese mosaico,
y sentado en ese gran punto final,
me podré dedicar a colorear de cientos de colores,
esos espacios en blanco entre cada línea,
y ya no serán líneas ni puntos,
formará un todo...

y quizás, ese será mi retrato mas fiel.

domingo, agosto 9

me encanta

me encanta cuando llueve en verano,
me encanta cuando cambia la estación y todo huele distinto,
me encantan las farolas que parpadean por la noche,
me encanta la leche directamente del brick,

me encanta el sonido del obturador de la cámara,
me encanta dibujar en los espejos empañados,
me encantan los títeres y las casas con cajas de cartón,
me encanta cuando la gente canta y desafina

me encantan los sitios altos,
me encanta el colacao con grumos,
me encanta el olor de la gente,
me encanta ver dar vueltas a la lavadora

me encanta inventar historias,
me encanta explotar los plásticos con burbujas,
me encanta pensar que tengo ritmo,
me encanta conducir con el sol de cara, cuando todo es amarillo

me encanta estar contigo, aunque no me conozcas
me encanta inventar recetas imposibles
me encanta luchar contra las cosquillas
me encanta hablar flojito...

a que sabe...

pensando y pensando, pensé...
y pensé en helados, esos helados de mi infancia,
felicidad instantánea y plena al alcance de la mano.

ahora, sigo devorando helados,
digo devorando, porque ya desde que tenía las manos
del tamaño de un tapón de cocacola,
jamás consentí que un helado se derritiese

pensé en mis propios ingredientes,
ya no en la fresa recubierta de cocacola y vainilla en la base,
sino en esas proyecciones que, como si de un cine de verano se tratase,
se proyectan en mis retinas al rememorar
la receta del actual yo.

recuerdo un paseo en bicicleta en pleno verano,
apenas llegaba al suelo con los pies y estaba en el campo...
recuerdo una gran cuesta y un gran casco de moto
visto ahora... parecía una cerilla con un dedal en la cabeza.
recuerdo el inevitable impacto,
la adrenalina de depender de mi mismo, incluso con todo el cuerpo magullado;
los minutos arrastrando mi pequeña bici inservible con el casco aún puesto
el abrazo de mi madre y la reprimenda de mi abuela.

lo cierto es que mi vida se reduce a esa bicicleta,
a pedalear posiblemente demasiado joven para pisar el suelo,
a llevar un gran casco, a modo de protección, que frecuentemente,
al pisar un bache, se da la vuelta y me tapa la visión,
a esas grandes pendientes, y la constante pregunta ¿y si...?
a esos segundos de pánico e incertidumbre
a esas caídas de las que incomprensiblemente me puedo levantar
y a esa sensación de euforia e independencia incontrolable
al ver que lo hice, que puedo tachar una pregunta más de mi lista.

si hay que caer,
que sea a lo grande